Pasarelas del Paiva: caminando sobre el abismo en Portugal

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24/03/2021

Pasarelas del Paiva: caminando sobre el abismo en Portugal

En Arouca, Portugal, se extiende una gigantesca red de pasarelas a través de uno de los cañones fluviales más espectaculares del país. Son las pasarelas del río Paiva y esta es la crónica de un viaje a través de sus entrañas.

El río Paiva, al norte de Portugal, se ha ganado la fama a golpe de megaestructuras. La más reciente en sumarse a la lista ha sido el 516 Arouca, el puente colgante peatonal más largo del mundo, con 516 metros. Sin embargo, esta región ya se hizo popular en 2015 con la inauguración de un atractivo, si cabe, aún más espectacular: los Passadiços del Paiva, una red de más de 8 kilómetros de pasarelas que se adentran por la garganta en un vertiginoso recorrido junto a cascadas, yacimientos arqueológicos y playas fluviales.

Las pasarelas del Paiva se encuentran en uno de los espacios de mayor interés natural de Portugal: el Geoparque Arouca. Con un área de 328 km2, el Geoparque es un museo geológico a cielo abierto, con 41 geositios registrados donde se pueden contemplar numerosos yacimientos fósiles como los trilobites gigantes de Canelas y los icnofósiles de valle del Paiva. Pero el Geoparque no es solo historia y arqueología, también es aventura y senderismo. Y aquí es donde despunta el cañón del río Paiva.

Las aguas del Paiva no son para principiantes: eso es lo que comprueban cada año muchos de los que acuden para practicar rafting en sus numerosos rápidos de aguas blancas, sobre todo el punto denominado Gola do salto el más acentuado de todo el Paiva con un desnivel de cuatro metros. Este punto es el que observan, a apenas 40 metros de distancia y con una mezcla de pavor y envidia los que optan por recorrer el cañón de una forma más relajada a través de sus pasarelas colgantes: las pasarelas (Passadiços, en portugués) del Paiva.

Las pasarelas del Paiva se extienden entre las playas fluviales de Areinho y Espiunca en un recorrido lineal de 8700 metros. El trazado se puede realizar de dos formas: de ida y vuelta o, para los más perezosos (o fatigados), en un solo sentido regresando al punto inicial en taxis turísticos (algunos son más jeeps de safari que utilitarios propiamente dichos) que permanecen en un constante vaivén a lo largo de toda la jornada. Dependiendo de si se realiza el recorrido en uno o en ambos sentidos, el punto de comienzo variará en función de la localización del tramo más duro de la ruta: un imponente ascenso que se encuentra a un kilómetro de Areinho y en el que hay que salvar un desnivel de más de 200 metros a golpe de glúteo, tríceps y pasamanos.

Si se decide tomar Areinho como comienzo para quitarse cuanto antes el sofocón de la subida, la recompensa será inmediata: una las mejores vistas panorámicas de todo el recorrido. Y con un invitado de honor: el acrobático 516 Arouca que cuelga, inerte, a 175 metros de altura sobre el río y acompaña a uno de los primeros hitos de interés geológico de la ruta: la cascada del río Aguieiras. Este salto de agua se precipita sobre el Paiva a través de un conjunto de desniveles que suman un total de 160 metros de caída.

A partir de este punto, la ruta desciende de forma abrupta hacia las fauces del cañón en un sinnúmero de escalones que pone a prueba el vértigo (y las rótulas) de los más valientes y provee las que serán las mejores fotos del recorrido. Alcanzada la parte media de la pared del cañón, el camino comienza un descenso progresivo hasta situarse a escasos metros del Paiva, todo esto con la compañía de rocas graníticas cortadas a cuchillo y una flora creciente de pinos, castaños y matorrales arborescentes.

En apenas 3 kilómetros, el paisaje sufre una metamorfosis total (al menos desde la pequeñez de unos ojos humanos): del Gran Cañón del Colorado que nos anudaba la garganta a la altura del 516 Arouca hemos pasado a un sendero en plena selva colombiana. Nos encontramos a mitad de camino y hemos alcanzado el Rivendel soñado: un lugar de descanso precedido por puentes colgantes, lianas (en realidad, sogas atadas a las ramas de los castaños de fraga) y una playa fluvial, la de Vau, el lugar perfecto para refrescarse.

Tras el descanso, el sendero abandona la jungla y regresamos al sol descarnado del far west. En menos de un kilómetro, a la altura del panel B6 de la ruta (que nos habla de tres especies de mariposas autóctonas), nos encontramos, de nuevo, en el Colorado: estamos ante el Horseshoe Bend del Paiva, un espectacular meandro en forma de herradura que antecede el lugar más deseado de la ruta para los adictos a la adrenalina: el ya mencionado Gola do Salto. Este desnivel, el más pronunciado de todo el río, bate y zarandea las balsas de rafting como corchos de vinho verde, evocando aquella escena de la mítica Fitzcarraldo de Werner Herzog en la que el barco de vapor se precipitaba río abajo por los rápidos del Pongo.

Superados los rápidos, solo queda dejarse llevar por la pasarela en un suave descenso hasta la playa fluvial de Espiunca, donde unas mesas y un pequeño kiosko sirven de descanso final (o intermedio, si se quieren hacer los ocho kilómetros de vuelta). Atrás quedan las dos horas invertidas en la ruta y la sensación de haber recorrido un camino sencillo en apariencia pero increíble si se observa la ingeniería de su trazado: una plataforma que flota sobre el abismo a lo largo de 8 kilómetros y con vistas directas al pasado geológico de la región.

Una auténtica conquista de lo imposible.